viernes, 5 de agosto de 2011

La gran red: un teje y maneje

Cada ser humano es una singularidad que compone una gran red social. Más allá de que cada persona es única se encuentra interconectada con esta gran red. La diversidad en una cultura compone un solo tejido que nos envuelve y nos hace parecidos,  nos trasforma en una gran masa homogénea con características similares.  Si intentamos descubrir quiénes somos dentro de esta gran masa encontraremos que tenemos una recopilación de datos que hemos adquirido a lo largo de  nuestra vida y que no sólo el hombre tejió esta red sino que ella continuamente lo teje y lo transforma a él.

Juan Pérez es abogado,  soltero, tiene  38 años y  nació en Argentina en el seno de una familia cristiana. Estos datos ya nos cuentan algo  de Juan Pérez. ¿Por qué? Porque ser argentino significa tener una idiosincrasia determinada, cuyos rasgos distintivos lo asemejan de algún modo a otros argentinos, en costumbres y pensamientos e incluso en ciertos sentimientos. Lo mismo que  ser cristiano define la base de creencias, el sentido de la vida que estructura el pensamiento, los sentimientos y el comportamiento. Determinadas elecciones nos hablan un poco de Juan Pérez, determinados gustos y determinados rasgos de carácter nos describen un poco su personalidad. Rasgos físicos tanto como psicológicos hacen de Juan Pérez  un ser único. Su mapa de vida fue trazado por acontecimientos históricos, sociales, culturales, familiares, por personas cercanas, conocidas e incluso desconocidas,  por experiencias ajenas que de alguna forma lo afectaron pero sobre todo por las  propias y claro por las decisiones que tomó a lo largo de su vida. Este conjunto de hechos, de rasgos y de particularidades determinan y conforman la identidad de Juan Pérez. Nadie puede decir que Juan Pérez carece de una identidad  porque él es alguien único, porque tiene una historia determinada, rasgos de personalidad determinada, un nombre, un documento, una dirección.   Es innegable que nuestra mente posee una psicología única y distintiva, sin embargo también es innegable  que hay hechos que nos hacen parecidos, que nos engloban otorgándonos características similares.
Utilicemos una metáfora para ilustrar con más claridad este tema: imaginemos que nosotros como individuos estamos en el centro de una cebolla recubiertos de varias capas. Primero nos envuelve el seno familiar, el lugar donde vivimos y nuestro entorno cercano. A partir de allí y a lo largo de nuestra crianza y educación las capas se tocan y se relacionan unas con otras sin que haya límites bien definidos que las dividan unas de otras. Porque a medida que crecemos absorbemos cosas de nuestra familia así como de todo lo demás, es decir de los amigos, de la escuela, de la  religión, de la historia y de las costumbres del lugar. Estas distintas capas que a su vez están interconectadas nos trasmiten costumbres, comportamientos, pensamientos, creencias, formas de hablar. Pero más allá de nuestro entorno cercano  está la realidad de un país con su realidad sociopolítica, cultural y religiosa que determinan también nuestro pensamiento y comportamiento. No podemos dejar fuera de este análisis al consumismo, a los medios de comunicación y a las redes sociales, los cuales tienen grandes influencias  en la psicología y por consiguiente en el comportamiento,  las decisiones y gustos de las personas.
En el medio de todo eso estamos nosotros, absorbiendo ese complejo mundo de afuera. Es decir que somos singulares y a su vez  poseemos una pluralidad  de características en donde nuestras creencias y pensamientos se entremezclan y se comparten. Somos uno pero afectados y definidos por un todo preestablecido.
El entorno (una verdadera fábrica de seres humanos en serie) nos envuelve y nos da forma tal cual  fuésemos vasijas de barro. Un entorno que, bien sabemos, varía según el lugar en el que nos toque vivir.
Imaginemos que en la “ruleta de la vida” te hubiese tocado  otro número. ¿Qué sucedería?  Sin dudas, serías otro, muy diferente al que sos. Tu mente sería otra, tus pensamientos, tus costumbres.
Supongamos que en el sorteo a Juan Pérez le hubiese tocado otro número y que ese número lo hubiese destinado a ser mujer y a vivir en la India. Esta mujer, lejos de ser cristiana practicaría el hinduismo, adoraría a varios dioses (¡una locura para un cristiano!), creería en el karma y en  la reencarnación, tendría rituales y creencias totalmente diferentes (ridículos tal vez desde la óptica de Juan Pérez). Sus padres arreglarían su matrimonio sin importar si está enamorada o no, se casaría con un hombre de costumbres patriarcales y quedaría relegada a él y a sus decisiones, a su casa y a su familia, aceptando esto como un hecho natural de la vida. Con peor suerte abría ido a parar a la casta más baja de la India y sería denominada una “dalit” (nombre con que se denomina a estas personas) por lo que su posición en la sociedad no sería la más favorable  ya que los “dalit” son considerados menos que el polvo que pisan los zapatos de los otros indios sufriendo por esto  una gran discriminación social. Nada de natural tiene esto, ni de justo ni de coherente pero ¿quién se lo va a discutir a un indio? Sus mentes y por tanto sus comportamientos están fuertemente  influenciados por el entorno en el que nacieron y todo lo que mamaron de él es natural para ellos.
Pero no juzguemos a los indios porque no es necesario irnos tan lejos ni a ejemplos tan extremistas. Bien podemos mirarnos a nosotros mismos para darnos cuenta que en la vida diaria hacemos, decimos y creemos en cosas que hemos absorbido por ósmosis.
Podríamos dar la vuelta al mundo posicionándonos en distintos personajes y en distintas culturas y ver que de acuerdo al lugar de pertenencia nuestro ser iría mutando de acuerdo a la idiosincrasia del lugar. Esto debería hacernos pensar y comprender que tal vez aquello de lo que estés convencido, aquello que creas una verdad absoluta no sea más que un hecho fortuito dado por las circunstancias, las personas o el entorno en el que te tocó vivir.
Una parte de nosotros cree fervientemente en la libre elección del ser pero obviamente la realidad nos pone en el centro de la “cebolla” e irremediablemente nos vemos afectados por todas las capas exteriores a nosotros. Esto pone en duda nuestra libertad de elegir quiénes queremos ser.
 Claro que algo somos pero lamentablemente eso que somos  no es más que una invención social, determinada por diferentes circunstancias y atado a ellas. A modo aclaratorio, y aunque sea obvio lo que voy a decir (para aquellos que siempre tergiversan mis palabras), digamos que está bien, que es necesario y es natural que nos eduquen y que nos ayuden a crecer. El inconveniente radica en el contenido de lo que se nos da desde afuera.  Porque si ese “afuera” es una creación deficiente y falsa del hombre nosotros lo somos también. Poseemos una identidad llena de descripciones pero que no es real porque su base tampoco lo es. Nuestra psicología única y distintiva, la cual indudablemente tiene existencia, no es más que una fachada detrás de la cual aún no hay nada verdadero porque aún no fue construido.
Ser debería significar más que una identidad, debería significar consciencia absoluta de la realidad y un comportamiento acorde a esa consciencia y de eso estamos muy lejos.
Creo que somos algo que aún no sabemos, algo que debemos descubrir, algo que se puede gestar y que puede nacer. Algo completamente nuevo.
No hay duda que en un principio no hay elección porque no hay modo de escapar a las influencias del entorno. La elección surge después cuando logramos darnos cuenta de la verdad de los hechos. Es ahí cuando debemos luchar por construir ese verdadero ser, un ser que dejará de ser pensado por los otros para comenzar a pensarse a sí mismo.

Publicado en Periódico Cultural Hilando Recuerdos http://hilandorecuerdos.blogspot.com/)